Adopciones internacionales
«Tardó en sonreír, como haría yo si me soltaran en China» (El Correo, 01/10/2006)
Los progenitores recuerdan que la mayoría de las acogidas tiene un «final feliz»
I. ÁLVAREZ/BILBAO
Las historias con «final feliz» de niños adoptados en otros países son mayoría. En estas líneas, la mayoría de las palabras las ponen los padres adoptantes. Nadie mejor que ellos para narrar sus sensaciones antes, durante y después. «Me puse en su lugar y pensé: 'Es como si a mí me plantaran de repente en mitad de China'». Cristina Villar entendió, con sensatez de madre, por qué su pequeña no sonreía aquellos primeros días. Pero al cabo de una quincena, la niña «pegó un cambio y hasta hoy».
Lucía Aixiao, «la brujilla» que vino de Guangdong, tampoco deja de sonreír. «Un mes después de iniciar el proceso recibimos una carta de la Diputación en la que se nos informaba de los famosos cupos para adoptar en China y, además, habían paralizado las adopciones porque no se mandaban los informes de seguimiento. Tendríamos que esperar mucho tiempo o tomar la determinación de cambiar de país. ¿Cambiar de país? No se nos ocurría otro», evoca la madre de Lucía, María.
El alavés Luis Izaga, un padre radiante de dos niños adoptados, tiene otra historia con final feliz: «En Costa de Marfil nunca se habían producido golpes de Estado hasta que llegué yo para recoger a mi pequeño Alejandro», que en marzo cumplirá ocho años. En Álava no había experiencia de adopción en este lugar del mundo, de modo que tuvo que explicar a la Diputación cómo tramitar el procedimiento. Seis meses después de verse obligado a volver a casa sin el niño, pudo regresar a África a por él.
A María del Mar Calvo le interrumpe Violeta, la pequeña, mientras conversa por teléfono. Las hermanas, nacidas en China, han discutido y hay que pedir sopitas a la madre. «Las crías nos vuelven a todos locos», subraya con alegría.
Es la misma sensación que vive Beatriz San Román, quien recuerda cómo la primera vez que vio a su hija adoptada «sentí un ataque de pánico. No era como yo la había imaginado. Estaba pálida y enferma. En cuanto la toqué, se puso a llorar a gritos. La coloqué en el suelo para enseñarle el peluche que con tanta ilusión le había preparado, pero ella lo despachó con un manotazo. Hoy puedo decir que es una nena radiante», subraya, antes de animar a los padres adoptivos a escribir un diario personal para sobrellevar la espera sin perder la ilusión en ningún momento.
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